20 octubre, 2009

③ Veneno de tarántula / Julian MacLaren-Ross


I

“Era un mediocre guardián de su inmenso talento”. Esta aseveración es una de las tantas que se han extraído de la biografía que Paul Willetts escribió acerca de Julian MacLaren-Ross, publicada en el 2003, para delinear a una figura definitivamente errante como fue la este autor inglés o “héroe oculto” de la literatura inglesa. Como bien dice en la contratapa del libro editado por La Bestia Equilátera (escribí algo sobre ellos en la entrada anterior), MacLaren-Ross “vivió en el mismo mundo que sus personajes: hoteles y estaciones de tren, pubs llenos de humo, deudas, calles oscuras, prisión, paranoia, amores correspondidos aunque imposibles.”

Pensando al mismo tiempo que escribo, y al vuelo, encuentro a la figura remota de MacLaren-Ross comparable con el estilo de vida caótico (salvando las distancias) de Bernardo Jobson; escritor porteño fallecido en 1986, autor de tres libros de los cuales sólo uno se salvó de la desaparición: El fideo más largo del mundo; por otra parte rescatado del olvido por Abelardo Castillo y reeditado hace poco por Capital Intelectual. Ambos (cada uno dentro del cosmos que le correspondía), vivieron al margen de la vida “aceptable”, la vida adulta. Siempre sin dinero, rodeados de amigos de ocasión o amigos de verdad, parando aquí, allá, de prestado. Apremiantes bebedores; fumadores de un imperecedero azar presente. Quede Jobson para otra reseña. Volvamos a MacLaren-Ross.

Paul Willets cuenta sobre aquellas personalidades que admiraban su trabajo: Evelyn Waugh, John Betjeman, Elizabeth Bowen, Graham Greene, Cyril Connolly, Anthony Powell (autor de la increíble Una danza para la música del tiempo, dentro de la cual —son doce novelas en total conformando una gran novela final— Powell da vida a un importante personaje llamado X. Trapnel, espejo de MacLaren-Ross dentro de la historia. En la vida real Powell era amigo, confidente y prestamista de MacLaren-Ross) Olivia Manning, John Lehmann, Lucian Freud, y otros. Resumiendo: lo entiendo perfectamente. Comprendo el porqué de dicha admiración, y estoy agradecido a LBE por haberlo reeditado.

Julian MacLaren-Ross es un escritor tan entretenido de leer, que me sucedió lo que pocas veces me pasa: quiero leer toda su obra, todas sus novelas.

Lo que provoca que la prosa de MacLaren-Ross fluya como agua blanda al ser leída, o que nos penetre como cuando nos encontramos ante un orador que te va cautivando con cada palabra que pronuncia; porque su estilo engranado construye de a poco, paciente, utilizando las palabras del coloquio disponibles en ese instante, es esa aparente falta de disponibilidad que se percibe en MacLaren-Ross si pensamos en él a la hora de escribir. Su escritura es la de alguien con el tema bien definido de antemano. Es una escritura de ida, de oficio. Que linda es la palabra “oficio”.

Ya estoy en las ramas; vayamos al grano. Si quieren información más detallada de Julian MacLaren-Ross, diríjanse a su página oficial, o tanteen por acá.

II

Lo primero que encontramos en Veneno de tarántula es una nota introductoria del autor en la cual este acusa recibo por los comentarios que recibe de algunas personas que leyeron el manuscrito y que después le pidieron explicaciones por los acontecimientos (placeres varios) narrados en él, transcurridos “en el sur de Francia”. Aclara que la historia de ninguna manera se pretende actual (él la escribe en 1942, alistado en el ejército, más como contrapeso de las otras narrativas que llevaba a cabo en ese momento, relacionadas a la milicia, que a otra cosa). Me perece muy bien que los editores hayan decidido dejarla, y tal cual. Aprovecho para felicitar a María Martoccia por su traducción. Me pone muy contento encontrarme con traducciones que no están invadidas por la neutralidad ni el colonialismo español.

La breve nota finaliza cuando MacLaren-Ross le cuenta al lector que debido a los prejuicios editoriales del momento (aún presentes en la industria editorial actual), su corta novela debió esperar quince años antes de ver la luz. Sabemos entonces que se publicó en el año1957.

A continuación una historia sencilla y en sumo grado bien narrada nos dejará separados de la realidad por unas horas. Es una novela corta que en verdad puede leerse de un tirón; yo preferí dosificar el tiempo de lectura para saborearla despacio, aunque no haya demasiado más allá de lo que el autor nos va contando. No hay entrelíneas, ni doble sentido. Agudeza en las descripciones y un dandismo constante es lo que se percibe. Cada palabra ocupa su espacio legítimamente. MacLaren-Ross tiene ese don innato para usar la palabra correcta en el instante correcto, y nos hace ver todo como a través de un vidrio imperceptible. A muchos escritores esta forma de sintaxis les cuesta la vida. Horas y horas de trabajo.

Veneno de tarántula está dividida en dos partes: en la primera, que ocupa casi el total de la obra, Christopher Barrington-ffoulkes, evidente alter ego de MacLaren-Ross y protagonista narrador, se presenta diciéndonos que “pensó que le haría bien alejarse un tiempo”. Se encuentra en Niza, sin demasiadas interposiciones (MacLaren-Ross cuenta lo que viene al caso sin circunloquios; no se detiene ni se empalaga con estilísticos delays innecesarios), cuenta que Amstrong, su amigo, le propone un viaje a las montañas. Christopher, quien por el momento parece no tener una ocupación formal, y que manifiesta estar pasando una situación complicada con su pareja, acepta de inmediato. Luego quiere saber en dónde pararán. Al principio la idea de Amstrong es ir a un buen hotel, pero los planes cambian y el destino final resulta ser el chalet en donde vive un conocido amigo de Amstrong llamado Spider. Christopher, quien solo se ha cruzado con él una vez en la vida, no está del todo contento con esta noticia.

De por sí, el traslado hacia el chalet ubicado en medio del bosque, donde los caminos todavía no han sido acabados, y donde grupos de argelinos temerarios que trabajan dinamitando rocas para tal fin secuestran personas a cambio de dinero (no es el caso de Amstrong y Christopher; aunque sí se pierden en el bosque y tienen un encontronazo pintoresco con unos argelinos), de por sí el traslado hacia el chalet resulta ser una aventura de lo más bizarra.

Una vez ahí, descubriremos que Spider (de quien se cree que asesinó a su mujer con veneno para quedarse con toda la herencia; algo que en definitiva no ha sido comprobado), descubriremos que Spider es un personaje lastimoso, patético, adicto a la morfina y padre de una hija enferma. Otras personas lo acompañan en el chalet: un rudo asistente ruso llamado Vaska, un escurridizo sirviente de nombre Raoul; los Paillon: según Christopher “…una típica pareja burguesa francesa”, y madame Mollinov: una insaciable come hombre también rusa con su hijita caprichosa a cuestas.

Christopher entablará una histérica relación con madame Mollinov, y sorpresa. No debo contar más. Creo que lo anterior es suficiente como para dar una idea de la línea general de la trama.

En la sucinta segunda parte MacLaren-Ross se encarga de anudar la historia desde una perspectiva distinta, tal vez algo nostálgica. Aunque Christopher se muestra bastante seguro de sí mismo a lo largo de su estadía en Fou Chalet, es una persona entregada al devenir. Parece no importarle demasiado las cosas que ocurren a su alrededor; así como a MacLaren-Ross parece no significarle demasiado lo que va sucediendo con su prosa, su resultado final.

III

Recomiendo fervientemente esta novela. No les dejará nada; sin embargo no importa. Julian MacLaren-Ross es un destilado de pura literatura.

Pensemos en literatura. Hay mucho desperdicio de papel en las librerías actuales. Haremos “negocio” comprando cualquier texto de este autor recobrado.

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