20 octubre, 2009

④ La barca libros

La barca es una espléndida librería. Abriré este espacio diminuto en el ciberespacio de mi blog para que la conozcan y vayan; así de paso compran un libro o dos.

Se trata de un pequeño local ubicado sobre Scalabrini Ortiz 3048, entre Cabello y Avenida Las Heras. Es una librería con poco lugar, aunque sorpresiva. ¿Por qué sorpresiva? Porque tiene de todo. Sólo basta con agudizar la mirada mientras recorremos los estantes o repasamos las portadas de los libros que se apilan sobre las mesas para encontrarnos con algún ejemplar que no buscábamos pero que nos llama la atención; o descubrir que el ejemplar que creíamos inhallable esta ahí, frente a nosotros. Para un buscador de libros, datos como el anterior no tienen precio.

Al hablar de organización, la franqueza me obliga a decir que el “caos calmo” de La barca fortalece su carácter. No quisiera encontrarme alguna vez con que la librería está del todo ordenada. Por ejemplo, me gusta entrar y ver a su vendedor estrella trepado a la escalera, acomodando lo imposible; o a la vendedora tarotista (me parece que es tarotista, no estoy seguro), siempre de buen humor, eludiendo cuál Bambi a clientes malhumorados; o al hermano de la dueña, en su manso discurrir ñoqui; o a la otra empleada, morocha, sin ton ni son, apática y lánguida; o a la dueña, de quien no sabemos bien qué onda; o a otra mujer que cada tanto se da a conocer y te atiende, y que se parece a todas las madres que esperan a sus hijos a la salida del colegio. Me gusta todo eso. El fárrago dentro de La barca legitima su permanencia, y todo el desbarajuste que se renueva a medida que van llegando los distribuidores le da sentido a su existencia.

Además, casi siempre están escuchando buena música; banditas del momento, pero que suenan muy bien. Dato para nada menor si se trata de estar entre libros, y hemos decidido tomarnos el tiempo que sea necesario para observarlos. Asimismo esto es importante: ellos no te están encima a la espera de un veredicto, de un resultado, preguntándote cada dos por tres si necesitas ayuda como si fueras un retardado. Se dan cuenta cuando precisas una mano y en consecuencia, actúan.

Pero no todo es color de rosa. Para mí caen en falta en dos cuestiones: en primer lugar, casi todos los libros están recubiertos con celofán. Entiendo que quieran proteger el material que les da de comer, pero me molesta tener que estar a cada momento pidiendo que me desenvuelvan libros para ver en su interior. Con dejar un ejemplar de cada editorial al descubierto, basta. En segundo lugar, me parece grave el error que cometen al no tener una página en la web, ni siquiera un blog. No logro entender esta actitud en gente como ellos. Aparte, casi siempre se los ve bastante preocupados por el tema “mercado”; por eso no entiendo tal ausencia. Hoy en día ningún emprendimiento debería ignorar o hacerle el vacío a la red informática mundial. Web más “boca en boca” es igual a crecimiento sostenido.

Para concluir y más allá de las faltas que acabo de mencionar, vale la pena darse una vuelta por esta librería. Repito: tienen de todo; y de no encontrar el libro que buscas, ellos te darán la solución encargándolo para que en menos de lo que canta un gallo lo tengas en tus manos.

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③ Veneno de tarántula / Julian MacLaren-Ross


I

“Era un mediocre guardián de su inmenso talento”. Esta aseveración es una de las tantas que se han extraído de la biografía que Paul Willetts escribió acerca de Julian MacLaren-Ross, publicada en el 2003, para delinear a una figura definitivamente errante como fue la este autor inglés o “héroe oculto” de la literatura inglesa. Como bien dice en la contratapa del libro editado por La Bestia Equilátera (escribí algo sobre ellos en la entrada anterior), MacLaren-Ross “vivió en el mismo mundo que sus personajes: hoteles y estaciones de tren, pubs llenos de humo, deudas, calles oscuras, prisión, paranoia, amores correspondidos aunque imposibles.”

Pensando al mismo tiempo que escribo, y al vuelo, encuentro a la figura remota de MacLaren-Ross comparable con el estilo de vida caótico (salvando las distancias) de Bernardo Jobson; escritor porteño fallecido en 1986, autor de tres libros de los cuales sólo uno se salvó de la desaparición: El fideo más largo del mundo; por otra parte rescatado del olvido por Abelardo Castillo y reeditado hace poco por Capital Intelectual. Ambos (cada uno dentro del cosmos que le correspondía), vivieron al margen de la vida “aceptable”, la vida adulta. Siempre sin dinero, rodeados de amigos de ocasión o amigos de verdad, parando aquí, allá, de prestado. Apremiantes bebedores; fumadores de un imperecedero azar presente. Quede Jobson para otra reseña. Volvamos a MacLaren-Ross.

Paul Willets cuenta sobre aquellas personalidades que admiraban su trabajo: Evelyn Waugh, John Betjeman, Elizabeth Bowen, Graham Greene, Cyril Connolly, Anthony Powell (autor de la increíble Una danza para la música del tiempo, dentro de la cual —son doce novelas en total conformando una gran novela final— Powell da vida a un importante personaje llamado X. Trapnel, espejo de MacLaren-Ross dentro de la historia. En la vida real Powell era amigo, confidente y prestamista de MacLaren-Ross) Olivia Manning, John Lehmann, Lucian Freud, y otros. Resumiendo: lo entiendo perfectamente. Comprendo el porqué de dicha admiración, y estoy agradecido a LBE por haberlo reeditado.

Julian MacLaren-Ross es un escritor tan entretenido de leer, que me sucedió lo que pocas veces me pasa: quiero leer toda su obra, todas sus novelas.

Lo que provoca que la prosa de MacLaren-Ross fluya como agua blanda al ser leída, o que nos penetre como cuando nos encontramos ante un orador que te va cautivando con cada palabra que pronuncia; porque su estilo engranado construye de a poco, paciente, utilizando las palabras del coloquio disponibles en ese instante, es esa aparente falta de disponibilidad que se percibe en MacLaren-Ross si pensamos en él a la hora de escribir. Su escritura es la de alguien con el tema bien definido de antemano. Es una escritura de ida, de oficio. Que linda es la palabra “oficio”.

Ya estoy en las ramas; vayamos al grano. Si quieren información más detallada de Julian MacLaren-Ross, diríjanse a su página oficial, o tanteen por acá.

II

Lo primero que encontramos en Veneno de tarántula es una nota introductoria del autor en la cual este acusa recibo por los comentarios que recibe de algunas personas que leyeron el manuscrito y que después le pidieron explicaciones por los acontecimientos (placeres varios) narrados en él, transcurridos “en el sur de Francia”. Aclara que la historia de ninguna manera se pretende actual (él la escribe en 1942, alistado en el ejército, más como contrapeso de las otras narrativas que llevaba a cabo en ese momento, relacionadas a la milicia, que a otra cosa). Me perece muy bien que los editores hayan decidido dejarla, y tal cual. Aprovecho para felicitar a María Martoccia por su traducción. Me pone muy contento encontrarme con traducciones que no están invadidas por la neutralidad ni el colonialismo español.

La breve nota finaliza cuando MacLaren-Ross le cuenta al lector que debido a los prejuicios editoriales del momento (aún presentes en la industria editorial actual), su corta novela debió esperar quince años antes de ver la luz. Sabemos entonces que se publicó en el año1957.

A continuación una historia sencilla y en sumo grado bien narrada nos dejará separados de la realidad por unas horas. Es una novela corta que en verdad puede leerse de un tirón; yo preferí dosificar el tiempo de lectura para saborearla despacio, aunque no haya demasiado más allá de lo que el autor nos va contando. No hay entrelíneas, ni doble sentido. Agudeza en las descripciones y un dandismo constante es lo que se percibe. Cada palabra ocupa su espacio legítimamente. MacLaren-Ross tiene ese don innato para usar la palabra correcta en el instante correcto, y nos hace ver todo como a través de un vidrio imperceptible. A muchos escritores esta forma de sintaxis les cuesta la vida. Horas y horas de trabajo.

Veneno de tarántula está dividida en dos partes: en la primera, que ocupa casi el total de la obra, Christopher Barrington-ffoulkes, evidente alter ego de MacLaren-Ross y protagonista narrador, se presenta diciéndonos que “pensó que le haría bien alejarse un tiempo”. Se encuentra en Niza, sin demasiadas interposiciones (MacLaren-Ross cuenta lo que viene al caso sin circunloquios; no se detiene ni se empalaga con estilísticos delays innecesarios), cuenta que Amstrong, su amigo, le propone un viaje a las montañas. Christopher, quien por el momento parece no tener una ocupación formal, y que manifiesta estar pasando una situación complicada con su pareja, acepta de inmediato. Luego quiere saber en dónde pararán. Al principio la idea de Amstrong es ir a un buen hotel, pero los planes cambian y el destino final resulta ser el chalet en donde vive un conocido amigo de Amstrong llamado Spider. Christopher, quien solo se ha cruzado con él una vez en la vida, no está del todo contento con esta noticia.

De por sí, el traslado hacia el chalet ubicado en medio del bosque, donde los caminos todavía no han sido acabados, y donde grupos de argelinos temerarios que trabajan dinamitando rocas para tal fin secuestran personas a cambio de dinero (no es el caso de Amstrong y Christopher; aunque sí se pierden en el bosque y tienen un encontronazo pintoresco con unos argelinos), de por sí el traslado hacia el chalet resulta ser una aventura de lo más bizarra.

Una vez ahí, descubriremos que Spider (de quien se cree que asesinó a su mujer con veneno para quedarse con toda la herencia; algo que en definitiva no ha sido comprobado), descubriremos que Spider es un personaje lastimoso, patético, adicto a la morfina y padre de una hija enferma. Otras personas lo acompañan en el chalet: un rudo asistente ruso llamado Vaska, un escurridizo sirviente de nombre Raoul; los Paillon: según Christopher “…una típica pareja burguesa francesa”, y madame Mollinov: una insaciable come hombre también rusa con su hijita caprichosa a cuestas.

Christopher entablará una histérica relación con madame Mollinov, y sorpresa. No debo contar más. Creo que lo anterior es suficiente como para dar una idea de la línea general de la trama.

En la sucinta segunda parte MacLaren-Ross se encarga de anudar la historia desde una perspectiva distinta, tal vez algo nostálgica. Aunque Christopher se muestra bastante seguro de sí mismo a lo largo de su estadía en Fou Chalet, es una persona entregada al devenir. Parece no importarle demasiado las cosas que ocurren a su alrededor; así como a MacLaren-Ross parece no significarle demasiado lo que va sucediendo con su prosa, su resultado final.

III

Recomiendo fervientemente esta novela. No les dejará nada; sin embargo no importa. Julian MacLaren-Ross es un destilado de pura literatura.

Pensemos en literatura. Hay mucho desperdicio de papel en las librerías actuales. Haremos “negocio” comprando cualquier texto de este autor recobrado.

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② La Bestia Equilátera (casa editora)


➻ No sé exactamente cuándo fue que apareció La Bestia Equilátera. Creo que fue en el 2008, aunque no sé en que mes lo hizo con formalidad. De todas maneras hablo aquí de una editorial bastante flamante, e independiente. Su catálogo aún no es tan extenso, pero crece.

Me gusta mucho lo que ofrecen porque siempre ando lamentándome por lo mismo. Paso a explicar lo que quiero decir: las editoriales locales adolecen de un mal de ojo congénito, de falta de trazo para planificar ediciones que demuestren “algo más” desde el punto de vista gráfico. Sabemos que el camino fácil nos ayuda a ahorrar tiempo, energía y algo de dinero; pero también llagamos a comprender que ese camino sencillo nos termina aplanado, aburriendo mortalmente. En Argentina existen tantas editoriales desganadas que dan ganas de vomitar.

No es el caso de La Bestia Equilátera. En pocas jugadas ellos han sabido ocupar un espacio absolutamente vacío dentro de la esfera editorial local. Utilizando líneas asequibles, los diseñadores de esta casa editora han sabido darle un carácter a la vez único y reminiscente a sus libros. Me refiero a que han sido habilidosos para capturar, por ejemplo, lo mejor del esquema gráfico de los libros de bolsillo norteamericanos. Libros a la mano, usables, que transmiten la emoción de los afiches de películas de la década del cuarenta. Y encima de todo, a buen precio.

Imaginé que el staff de LBE se nutría de gente joven, y no me equivocaba.

El otro día entramos a una conocida librería ubicada frente a la Avenida Las Heras, cerca de la Avenida Pueyrredón; la Librería Norte. Su fallecido dueño, Héctor Yánover, supo alimentar de poesía a sus estantes como pocos libreros lo hacen en la actualidad.

Entramos, permanecimos un rato en ella y después, al momento de pagar el libro que finalmente compré y que más adelante comentaré en este blog (Veneno de tarántula, de Julian Maclaren-Ross, por LBE editores), el empleado que me atendía me preguntó si había leído los anteriores libros del autor. Le contesté que la lectura de Tostadas de jabón, otro libro del mismo escritor también publicado por LBE, me había dejado con ganas de seguirlo, y que como una perra en celo, quería más de él. De paso le remarqué que LBE me parecía una muy interesante editorial, y fue ahí donde me aclaró que los encargados de llevarla adelante eran jóvenes amigos de la librería. ¿Es que la vida es circular?

En definitiva, esta editorial promete y me gusta. En cuanto finalice con Gran Sertón…, paso a Veneno…, y luego la reseño. Probablemente me encante, sí.

Espero que haya más iniciativas independientes que vayan por este lado del canal.

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① Gran Sertón: Veredas / João Guimarães Rosa

➻ Será como depositar otro grano de arena en la playa, pero no me importa. Esa lógica ligada a la angustiante razón no tiene porqué entrar en mi juego.

Aún no la termino, y siento que debo decir algo al respecto. De João Guimaraes Rosa no más de lo que pueden leer acá. De Gran Sertón: Veredas; que es extraordinaria.

A través de Riobaldo —yagunzo bueno, como me gusta decirle (yagunzo: “un valentón asalariado que está ligado a la idea de prestación de servicios, típica en la disputas grupales o familiares” según Antonio Cándido)→ definición leída en la contratapa del libro editado por Adriana Hidalgo, cuya excelente traducción estuvo a cargo de Florencia Garramuño y Gonzalo Aguilar—, decía que a través de Riobaldo y su monólogo permanente —Guimarães no da tregua, aunque paradójicamente la novela es una tregua en sí misma—, a través del narrador, Riobaldo y su relato mítico contado a un médico de ciudad, comenzamos a adentrarnos en la cosmogonía del Sertón o Sertão; vasta región geográfica semiárida del Nordeste Brasileño.

Comenzamos a revivir las aventuras y peripecias de su vida pasada en aquella región de Brasil a medida que Riobaldo va dando cuenta de los hechos, sucesos e imprevistos tanto externos como internos que le han ido sucediendo.

Hay algo muy lindo en esta novela, algo que a mí me conmueve especialmente; son los instantes en que Riobaldo detiene todo para hacer hincapié en su condición de hombre creyente, en su cualidad espiritual. Las derivas acerca de los pliegues de la naturaleza son fenomenales. Riobaldo es un impresionista emocional en constante disputa consigo mismo y los peligros o demandas “reales” de quienes lo rodean; yagunzos como él. Sin embargo estos “yagunzos como él”, no son exactamente como él.

Exceptuando a su querido amigo Diadorim, de quien Riobaldo parece a veces estar muy enamorado —hay una tensión constante con respecto a la homosexualidad en esta novela, y pese a que en un momento Riobaldo se encarga de aclararlo o desmentirlo, aduciendo que ama a Diadorim pero que la sodomía es cosa de invertidos, el tema no se desvanece—. Para mí Riobaldo es homosexual.

Riobaldo adjudica todo el saber que posee acerca de las propiedades características de la naturaleza a las enseñanzas de Diadorim, a sus observaciones de la misma. Diadorim para Riobaldo es como la luna para la tierra, y es en él en quien encuentra un contrapunto ideal para avanzar entre lo amorfo del recuerdo.

Decía que aún no la termino. No me falta tanto. Esta novela es un clásico, una obra de genio. Búsquenla, y no tengas dudas a la hora de pagar lo que cuesta. Sigo leyendo…

Otra interesante reseña acá.

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